A todos nos llega el otoño

Cada vez que se acerca un cambio de estación, se viene a mi memoria ese 21 de marzo cuando el otoño se tornó más gris y frío para mí y mi familia. Cuatro años desde que unas pocas letras cambiaron mi vida de raíz, para siempre. Ese día, de golpe, me di cuenta que había vivido en la ingenuidad de la inmortalidad y que no había hecho nada significativo que pudiera trascender.

Un día, mientras observaba por la ventana durante una quimioterapia, pude ver como el otoño comenzaba a desvestir los árboles. Podía ver como caían una a una sus hojas de la misma manera como el cáncer y los tratamientos, comenzaban a causar estragos en mi cuerpo y alma. Tenía que buscar la forma de salir de mi propio dolor y usar ese dolor como un catalizador que me empujara a luchar, no por mí, sino por los que no tenían las mismas posibilidades que yo. Concepción es una gran ciudad, con grandes necesidades. Elegí el camino difícil, pero el más gratificante, trabajar en mi ciudad por una Ley Nacional del Cáncer. A medida que pasaba el tiempo y conocía diferentes realidades, me sentía privilegiada, y esa sensación, en vez de darme consuelo, me causaba rabia y frustración, porque todos merecían sentirse privilegiados. En este camino, conocí personas que transitaban el mismo derrotero que yo y logramos aportar con un grano de arena a este sueño que finalmente se transformó en realidad el año 2020.

Paralelamente, el cáncer avanzaba en mí a pasos gigantes. Nuevamente en otoño llegaron las malas nuevas. Volví a sentir el frío de la estación en mi cabeza, el hielo que en la mitad de la noche me despertaba y como los árboles, quedé otra vez desnuda.

Luego vino la primavera y, a pesar de recibir un diagnóstico lapidario, decidí seguir avanzando en esta carrera, llamada vida. Ya no soy la misma, los tratamientos desgastan el cuerpo y el alma, pero debo confesar que en estos cuatro años he aprendido más que en toda mi existencia. Valoro cada segundo de mi vida, amo más, creo más en Dios que en los pronósticos. Esto me ha permitido seguir aquí, junto a los míos para poder seguir contemplando los más bellos amaneceres y atardeceres.

He aprendido a lidiar con la incertidumbre. El miedo es un fantasma que de vez en cuando aparece en mi vida. El mayor temor es no poder ver a mis hijos crecer. Otras veces se hace presente con dolores físicos e imagino que es el cáncer que viene a susurrarme al oído que la muerte está cerca, esperando por mí. A pesar de todo, he decidido no permitir que estos temores me roben la oportunidad de vivir un día a la vez: disfrutar de todo lo que tengo a mi alcance, poder ver todas las estaciones del año, y no solo recordar el otoño, sino que también disfrutar el calor del verano y ver como florecen los árboles y trinan los pájaros en primavera.

Hoy agradezco poder ver a mis hijos crecer y contar con la abnegada compañía de mi amado. Me aferro a la esperanza, esperanza que algún día encontremos una cura a esta aflicción llamada cáncer y que de paso podamos curarnos también el alma. Y si después de todo esto, igual me encuentra la muerte, que por lo menos me encuentre viviendo a mil, intensamente, porque para mí cáncer etapa cuatro, no es igual a muerte y yo hoy sigo más viva que nunca.

Evelyn Salgado, canceretapa4noesigualamuerte