El “Padre Nuestro” y la Pasión de Jesús en el monte de los Olivos

El “Padre Nuestro” es el fruto más maduro dado por Jesús a sus discípulos. Así como la oración es la acción más madura y propia del cristiano, suscitada por la presencia del Espíritu Santo que clama en nuestros  corazones “¡Abbá, Padre!” (Gál 4,6; Rom 8,15).

La oración del “Padre Nuestro” tiene dos extremos: la búsqueda de Dios como Padre y el rechazo absoluto del mal (“Libranos del Mal”). Esta oración es una entrega de total confianza en Dios como Padre y un compromiso en el que se rompe sin componendas con el mal. Fue enseñada por Jesús a sus discípulos tras una de esas tantas veces que oró en el lugar del monte de los Olivos. Lucas alude a la aldea de las hermanas de Lázaro, Marta y María, que sabemos es Betania junto al monte de los Olivos (Lc 10,38-42).

Poder decir “¡Abbá!, Padre!” es ya gustar del don del reino que Jesús anuncia, y que no es otra cosa que una nueva relación con Dios, es decir, como un niño con su Padre que le ama. No hay formalidades, tampoco caretas ni afán de guardar no sé qué apariencias. Hay completa confianza y entrega en sus brazos. A la vez está la cercanía de la Pasión. Por todo eso la iglesia primitiva puso esta oración en la liturgia eucarística junto al misterio de amor infinito de Dios que se entrega en Jesús: “Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos. Y a vosotros os llamo amigos” (Jn 15,15).

Tras el plural “nuestro”, que alude a la filiación y a la fraternidad de todos en un mismo Dios y Padre, comienzan las peticiones. ¡Tan, pero tan mal entendidas habitualmente por moros y cristianos! Es fundamental entender el lenguaje. ¡Están dichas en pasiva! El uso de la forma pasiva es un modo reverente de insinuar la acción poderosa de Dios, su inmensa presencia activa, sin mencionar su nombre. Entonces, ¿dónde está el error de nuestro común malentendido? En que es Dios, y no nosotros, quien obra lo que ahí pedimos. “Sea santificado tu nombre”, ¡no por nosotros, sino por Él mismo!; “Sea hecha Tu Voluntad”, ¡no por nosotros, sino por Él mismo!, etc. Jesús no está diciendo que nosotros hagamos cosas, está ordenándonos que pidamos a Dios que actúe Él con su intervención escatológica. Nuestro papel es pedir. Nuestras arrogancia canchera de siempre, ¡aquí estoy yo y arreglo todas las cosas!, nos traiciona a cada rato. Nuestro activismo barato e impotente nos lleva a anular a Dios y volver a ponernos nosotros en el centro de todo protagonismo. Nos cuadra el reproche de Jesús: ¡Pero que tontos sois que no entendéis! Dios es el que obra la salvación, tú acoge esa oferta (la fe), cree en que Dios sí actuará (Habacuc 2,4). Y actuó: resucitando a Jesús de entre los muertos y haciendo de nuestra fe y de nuestra esperanza algo cierto y seguro que no defrauda. Dios es un Padre que nos ha amado hasta darnos todo en su Hijo. Su amor está con nosotros, ¿quién podrá separarnos ahora de ese amor?, pregunta san Pablo, y responde: ¡Nadie ni nada! (Rom 8,31ss). Y ¿todavía sigues pensando en que tu acción humana es lo principal? Buscad (pedid) el reino de Dios y todo lo demás se os dará (sí, en pasiva de nuevo) por añadidura, insiste Jesús.

¡Ah, claro!, ¿y la transformación del mundo por los cristianos? ¿Acaso no debíamos comernos el mundo, sobre todo los jóvenes? ¿Dónde queda todo ese discurso? En el añadidura. Sí, en la “co-operación” con Dios, él pone “la operación” y nosotros simplemente el “co-“, nada más y nada menos. “Sin mí no podéis nada”, dice Jesús en vísperas de su Pasión (Jn 15,5).

La Pasión de Jesús nos invita a aceptar, a creer, en la oferta de salvación que Dios nos da en la cruz de su Hijo, a reconocer nuestros límites y entregarnos en su brazos. Él transformará nuestro cuerpo mortal en instrumento de su amor y de su Paz, como dirá siglos más tarde san Francisco de Asis. Pidámoslo sin cesar: ¡Padre Nuestro, Líbranos del Mal! ¡Feliz Pascua de Resurrección!

Columna de opinión del académico de la Facultad de estudios Teológicos y Filosofía, Juan Carlos Inostroza.